
¿Qué es este Santuario de Pliegues?
por Sofía Katz
Pliegues es mi espacio personal, un rincón creado para quienes exploran el erotismo como una forma de sensibilidad y de mirada.
Aquí, el cuerpo no es solo cuerpo: es memoria, intuición, deseo que se mueve bajo la superficie. Cada relato, ilustración y pieza musical abre una pequeña zona íntima donde el anhelo se insinúa, se repliega y aparece apenas… como un detalle que solo percibe quien mira con verdadera atención.
En Pliegues no encontrarás pornografía disfrazada de literatura ni romances edulcorados.
El erotismo se vive como experiencia emocional y sensorial: la respiración que cambia, el instante antes del contacto, la tensión entre dos cuerpos que todavía no se tocan, la imaginación completando aquello que apenas se sugiere.
Porque Pliegues, para Sofía Katz, es eso:
un lugar donde la literatura se acerca a la piel,
donde cada cuento abre un umbral íntimo,
y donde tú —lectora, lector— te conviertes en parte del secreto que empieza a desplegarse.

“El amor —y el deseo— son territorios donde nadie sabe nada.” (Marguerite Duras)

“Hay miradas que desnudan más que las manos, y la noche lo sabe.”
UN MOMENTO...
Se recostó por completo, con el cabello mojado flotando como algas oscuras a su alrededor. El silencio de su apartamento era, por fin, una música palpable.
Abrió los ojos. Las burbujas se deshacían suavemente sobre la superficie del agua, y ella miró hacia abajo, a su propio cuerpo sumergido. Era una visión distorsionada, ondulante. Sus manos, ahora relajadas, flotaban cerca de la superficie. Eran las mismas manos que habían tecleado informes, sujetado tazas de café y agarrado con fuerza el volante para no ceder ante un taxista imprudente.
Recorrió con la mirada la curva de su cadera, la leve hinchazón de su vientre después de la jornada, la piel marcada por el elástico del sujetador que ya no la oprimía.
La ciudad me quiere eficiente. Me exige una talla, una postura, una cara. Me vende la idea de que este cuerpo es solo una herramienta, o peor, una vitrina que debe exhibir perfección para ser aceptado en el tráfico de la vida.
Suspiró, moviendo apenas el agua.
Pero aquí, en esta tina, no hay eficiencia. Hay historia. Veo las líneas de tensión en mis hombros, y son el mapa de todos los pesos que he cargado. Las marcas que deja la ropa son recordatorios de las armaduras que me pongo para salir a la batalla. Y la suavidad de esta piel no es una talla, es un límite. Es la frontera entre lo que soy yo y todo el caos de afuera. Es la prueba de que, a pesar de lo que dicen las revistas, lo más radical que puedo hacer es simplemente ser este cuerpo y ampararlo.
Cerró los ojos, sintiendo que al cuerpo no le faltaba ni le sobraba nada. Era su casa, y en ese momento, era el refugio más seguro del mundo.
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Él descubrió que el deseo podía tener forma de sombra. Cada noche, desde su lado del vidrio, veía cómo los cuerpos del otro departamento se buscaban, se encendían, se reconocían. Nunca participaba, pero algo del calor le llegaba igual, como si la piel pudiera arder sin ser tocada. Había aprendido a respirar en silencio, a quedarse quieto para no romper el hechizo, a dejar que el fuego ajeno lo rozara sin quemarlo del todo.

Con el tiempo entendió que mirarla también era una forma de existir. Ella nunca lo veía, o tal vez sí, cuando inclinaba apenas el cuello en medio del acto, como si midiera la distancia entre su gemido y la mirada escondida detrás de la ventana. Él no cruzó nunca esos dos metros, pero allí, suspendido entre la noche y el vidrio, fue testigo de un milagro mínimo: el deseo que, aun sin tocar, lo encendía igual.
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